Prólogo



Prólogo
El espejo de espejos


No se extrañó de no sentir frio. En la Prisión no existía la temperatura. Era una sensación extraña el no saber si era verano o invierno, el no sentir en la piel ninguna pizca de sensación térmica.  Y por muy abrigado que estuviera tampoco sentía calor, mientras afuera, la tempestad arreciaba en una tormenta de nieve típica de aquellas fechas en los Páramos de Hielo Eterno. Quienes trabajaban allí, al cabo de un tiempo se terminaba por acostumbrar, pero él aún no lo hacía, tan sólo había dejado de sorprenderse cada vez que entraba y recorría sus vacíos corredores.
Avanzaba por los pasillos más largos y oscuros, aquellos que llevaban a la sala de control. La luz que expedía de su báculo a veces era insuficiente, diluyéndose entre la oscuridad de los muros de piedra que lo rodeaban. Prefería eso a los niveles superiores, donde estaban las celdas. Era incómodo ver aquellos delincuentes, lanzando sus gélidas miradas. El invierno estaba en sus ojos. En ocasiones se había topado con conocidos o antiguos amigos. Siempre era desagradable ver como su vida parecía vacía, como los años no pasaban para ellos, pero su energía se escapaba de sus manos.
Cuando abrió la puerta encontró al guardia custodiando los controles: La gran muralla de Piedra Noble con la escritura antigua. La pequeña sala solo se alumbraba por una diminuta antorcha que no le permitía ver la cara del soldado. A su lado, una silla y una mesa con un cuenco con lo que sería su almuerzo. Pero nada más adornaba aquella instancia que la Muralla, la más antigua de todas las Piedras Nobles descubiertas hasta la fecha.
– Buenos días señor – titubeó el soldado que tampoco podía verlo con claridad, pero era lo suficientemente inteligente para saber con quién hablaba.
–Buenos días – respondió con cortesía – si es que se puede decir que es de día acá abajo – añadió casi para sí.
El soldado no sabía bien cómo comportarse. Su nerviosismo era evidente. Balbuceó algunas palabras para sí, hasta que logró decir:
– ¿Necesita privacidad? Los Arquitectos no vienen seguido aquí….
–Por supuesto, puedes esperar detrás de la puerta. Que nadie me moleste.
Silenciosamente el guarda abandonó la sala. El Arquitecto se acercó a la gran muralla y con la familiaridad de siempre conectó con la Gran Arquitectura. Con un movimiento de manos creó la llave que abría la puerta y la deslizó en la cerradura visible sólo para quienes poseían la capacidad de ver urdimbres. Al encajar la llave, el arquitecto desapareció.
La nueva sala era mucho más amplia, sus antecesores la habían decorado ostentosamente. Una gran estantería llena de manuales y libros al lado de un escritorio hecho de alguna madera inexistente creada por urdimbres que reflejaba la luz como si de cristal se tratase. En el suelo una alfombra de pieles se extendía por toda la instancia y al otro extremo un sencillo mueble exponía bebidas y manjares que los mejores cocineros de todos los reinos jamás pudieron haber preparado. Tenían más de 1.000 años pero siempre estarían frescos. “Tantos lujos y sólo 3 personas en el mundo podemos entrar aquí”.
Se sentó en el cómodo sitial que acompañaba al escritorio y cuidadosamente depositó el Lyserio que había guardado en su bolsillo. Describirlo era complicado. Una esfera hecha de espejos relucientes y claros, rodeada de 4 cristales en forma de navajas que se curvaban entre sí. El efecto que producían era llamativo y a la vez perturbador, distorsionaban toda la realidad, pero a la vez seguía siendo la misma. Se le llamaba el Espejo de Espejos y había sido creado por el Gran Sabio,  por lo que era una de las reliquias guardadas en la Sala Blanca de la Universidad el Entramado. Ni siquiera para él, el Arquitecto del Tiempo, estaba permitido el sacar un objeto así, con la función que tenía, fuera de Phoe Mandar. Además de las mentiras que había dicho, de los cómplices que lo ayudaron y de las leyes que había roto, se preguntaba bajo qué cargos lo juzgarían. Era la autoridad máxima ¿Acaso podían enjuiciarlo?
Bahamar, el Arquitecto del Espacio y Rembrand el Arquitecto de la Vida eran sus amigos, entenderían sus motivaciones. A pesar de que cuando intentó convencerlos que estaban en peligro no lo escucharon, si les mostrara lo que vería hoy, no podrían negarlo. Sí, había roto leyes, pero también estaba buscando una forma de salvar al mundo.
El Lyserio no se veía diferente. De acuerdo al escrito del Gran Sabio solo en un campo limpio del tiempo se podía usar del modo en que él quería usarlo. Pero no sucedía nada. ¿Qué otro cambio limpio de tiempo mejor que la Prisión de los Gigantes? Allí el tiempo no existía. Quizás debía hacer algo más. Tenía los 3 elementos que el escrito pedía: un campo limpio, el Espejo de Espejos y un Arquitecto. De acuerdo a la tradición, ese debía ser un Arquitecto del Tiempo, el único con la parte de la Arquitectura capaz de conectarse al fluir temporal. Expandió su conexión hasta que alcanzó al Lyserio. Sintió como el objeto respondía a su llamado y se abría como una caja. En realidad no era la primera vez que lo usaba, pero si era la primera vez que se encontraba en un lugar como aquella prisión. El Espejo comenzó a brillar. El Arquitecto sintió algo extraño dentro de sí, como si el exterior comenzara a desdibujarse. Pronto no veía más que el Lyserio y su reflejo, su rostro, sus manos llendo hacia los ojos, la oscuridad. Y luego todo.
No era como la otras veces, solo mirar y que el espejo mostrara un lugar. Esta vez era observar todo, desde todos los puntos observables. Todo se transformó en el infinito, imágenes inconexas, imágenes reveladoras, información, tierras, reinos y castillos.  Su mente pareció estallar, llena de persones, seres, luces y colores. Intentó concentrarse en un punto, pero las escenas siguieron agolpándose una tras otras. Se vio a sí mismo, con las manos aferradas a la cabeza observando un objeto luminoso, dentro de aquel objeto había un hombre con las manes en la cabeza, mirando algo que brillaba. Vio el infinito.
Entonces casi como un acto desesperado utilizó la parte de su don que lo ligaba al tiempo. El Lyserio pareció calmarse, pero siguió moviéndose como el mar y el agitar de las olas en medio de una tempestad. Las imágenes fueran sucediendo tan rápido que no le daban tiempo de reflexionar, pero tampoco las podía extraer de su memoria. Un niño galopando en un bosque, una justa de caballeros, una mujer conectada a la Arquitectura, un hombre con una espada, una urdimbre del tiempo. ¿Era acaso el pasado? No le dejó tiempo de pensar cuando más imágenes nublaron su vista. Un soldado custodiando una puerta. Mujeres tejiendo una urdimbre funeraria. Una reunión de hombres importantes en una sala llena de agua. Un hombre mirando al mismo hombre. Un hombre mirando al universo. ¿Era él? ¿El presente? Y entonces la escena cambió. ¿Sería que vería el futuro?
Una larga noche, la tierra abriéndose, los reinos desmoronándose. Un niño armando urdimbres. Un hombre comiendo una flor. La oscuridad de la noche. El desequilibrio en la Arquitectura, el Surgir del Caos. Intentó focalizar su mente, pero las imágenes lo lanzaban en diferentes direcciones. Pensó en los Arquitectos ¿Dónde estaban? Vio el mundo en todos los puntos, pero no había hombres con  el Don. Miró en cada confín de la tierra y sólo vio desolación. Buscó a un Arquitecto del Tiempo, pero en el Mapa De Las Estructuras estaba vacío en el futuro. Sólo pudo observar la destrucción del mundo sin que existieran Arquitectos.
El Espejo dejó de brillar. Lo tomó y lo volvió a guardar en su bolsillo. De alguna forma sabía lo que debía hacer. Un futuro sin Arquitectos estaba destinado a la muerte, había visto el Surgir del Caos con sus propios ojos, la destrucción del mundo  que había predicho el Gran Sabio estaba pronta y los Arquitectos destinados a extinguirse. Comenzó a crear estructuras casi imposibles. Se puso como sujeto principal de la Urdimbre. La Constante era su Don, la Variable, el Tiempo.  Localizó el futuro. ¿1000 años serían suficientes? Allí, en el Mapa de las Estructuras puso su propia capacidad de entrar a la Arquitectura, sería heredada para alguien que naciera en el siguiente milenio. Renunció a su poder, pero sabía que estaba salvando al mundo. Había vivido casi 40 años como Arquitecto del Tiempo, podría vivir como un hombre normal, preocuparse de su familia, quizás irse lejos. Pero tendría la satisfacción de haber hecho lo correcto, haber dado su Don por el bien de la humanidad.
Sintió como su habilidad se escapaba como un torrente. Poco a poco ya no percibía esa columna que lo atravesaba cada vez que se conectaba a la Arquitecta. Luego fue el vacío. La nada lo tomó como un suave abrazo, la ausencia vino a llenar aquello que alguna vez estuvo colmado de existencia. Lo comprendió. Había entregado su Don, y al mismo tiempo su vida. Vio como aquella instancia creada por la Arquitectura se disolvía y volvía a encontrarse en la pequeña sala con la Muralla como testigo de fin. Observó la escritura antigua y pensó en todas las Urdimbres que había investigado en los últimos años. Su último pensamiento fue una epifanía: había desencadenado el fin del mundo.
Cuando su cuerpo inerte golpeó el suelo de la Prisión de los Gigantes, sólo un soldado presenció al último Arquitecto del Tiempo.




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