Capítulo 1
Era un el día más
soleado de la primavera. Desde que el invierno los había dejado, en Capital no
se había visto una mañana tan cálida como aquella. Clima perfecto para la
celebración, pues incentivaba el ánimo y el espíritu festivo que debía vivirse
aquel día en Thoren.
Las construcciones
aledañas a la Fortaleza del Reino había sido decoradas con guirnaldas de
brillantes colores, y en cada casa se alzaba el banderín de la Torre Segura,
emblema que los identificaba como una nación. Cerca de la Plaza del Encuentro
estaba Villa Dorada, donde se alzaban algunas de las casas más ostentosas del
reino. Sin embargo, también habían moradas más modestas, las cuales rodeaban el
costado oeste de la Fortaleza, quedando cubiertas por las grandes murallas
construidas trescientos años antes para resguardarse de la guerra.
Villa Dorada siempre
había estado ligada a la Fortaleza. La mayor parte de sus habitantes eran
nobles o funcionarios del Castillo, pertenecían al consejo del Rey o a la
Guardia Real. Los pequeños estudiaban en Vascard, una escuela ubicada en la
tercera torre de las quince que conformaban la gran construcción. Para ellos
era normal pasearse por las galerías del castillo, subir a las almenas y
escabullirse a las cocinas. Conocían tan bien cada rincón que quisieran o no,
terminaban trabajando para el Rey. El futuro más próspero para un habitante de
Capital estaba en Villa Dorada.
Así había sido para
Eriol Remerth. A los 8 años había llegado a la ciudad. Sus abuelos habían
nacido en el lejano Asbleich, pero cuando su padre era un adolescente se habían
mudado a Celesta, una ciudad fronteriza de Thoren. En aquel lugar había
conocido a su madre y vivieron como familia hasta que él encontró un trabajo
como herrero en la forja de las armerías de la Guardia Real. Acostumbrarse fue
todo un proceso, pero pronto Eriol demostró aptitudes para la vida en el
Castillo. Con las mejores calificaciones en Vascard y un conocimiento
impresionante en historia y filosofía, fue escogido como el más joven miembro
de los consejeros del Rey. Así había obtenido una bella casa en los suburbios de
Villa Dorada, hasta aquel día, el Aniversario de Thoren.
—Ya se ha tardado demasiado—dijo
Eriol mientras se paseaba de un lado a otro, presa del nerviosismo—. Esto no es
normal en Thomas.
Estaba muy preocupado
por el retraso de su amigo. Cuando se acercaban celebraciones de este tipo, se
ponía siempre nervioso. En su memoria estaba la inauguración de la Estatua del
Vigía, más de quinientas personas se habían agolpado a la afueras de la
Fortaleza para asistir a la celebración. Había sido el banquete con la mesa más
extensa que podía recordar. Lo que le había costado organizar cada detalle sólo
lo sabía él. Aun así, creía tener todo bajo control para el evento de aquel día.
Todo, menos que Thomas no se dignaba a aparecer.
Rodric, sentado en el
amplio sofá de terciopelo azul que adornaba la Sala de Estar de la casa de Eriol,
observaba distraído los peces de colores que a Eriol le gustaba tener desde
pequeño. Parecía que nada le preocupaba. Por supuesto, él no tenía la
responsabilidad de organizar una ceremonia pública en
Capital del Reino, la ciudad con más habitantes de Thoren. Además Rodric siempre tenía esa actitud despreocupada y risueña, como si estar relajado en todo momento fuera lo más normal. Eriol creía en las responsabilidades y en las funciones asignadas. Le gustaba ser parte del desarrollo del reino.
Capital del Reino, la ciudad con más habitantes de Thoren. Además Rodric siempre tenía esa actitud despreocupada y risueña, como si estar relajado en todo momento fuera lo más normal. Eriol creía en las responsabilidades y en las funciones asignadas. Le gustaba ser parte del desarrollo del reino.
—No te preocupes—respondió
Rodric. Al parecer si lo estaba escuchando—. A Thomas le gustan las celebraciones.
No se perdería la más importante.
—Es obvio que debe
venir, por algo es el comandante del ejército. Pero ha estado un mes fuera de
Thoren. ¿Y si olvidó la fecha? El rey se enojará mucho si falta y yo estoy a
cargo de todo…
—A propósito, ¿ya
tienes un discurso?—le interrumpió Rodric.
El discurso. Aquel
tema lo tenía más nervioso aun. Era primera vez que el Rey le pedía hablar
frente al pueblo en representación del consejo real. La idea lo aterraba. No
había preparado nada, su mente estaba en blanco. Cuando intentaba crear algo,
solo podía articular palabras necias, sin sentido. Hacía días que estaba así,
incapaz de proferir ningún tipo de pensamiento abstracto. ¿Qué le estaría
ocurriendo? En su cabeza sólo venían los recuerdos. Los funestos recuerdos que
tantas veces le atormentaban por las noches.
—Nunca preparo uno—respondió,
serenamente. No quedaría como un tonto tomado de nervios ante el relajado Rodric.
—Hablaré de economía y relaciones exteriores y la armonía de las ciudades un
poco más inquietas como Ayuirf y Nolpag. Pero me saldrá algo espontáneo, no me preocupo
por esas cosas sin importancia…lo que me enfada es que me regañen por otras
personas…
— Es un discurso
perfecto si quieres aburrirlos a todos. —Rodric siempre salía con sus bromas de
mal gusto. — Espero que Thomas no diga lo mismo, como el año antepasado, ¿te
acuerdas? Las personas estaban completamente aburridas escuchando lo mismo dos
veces. Aparte de lo fastidioso que era oír esas cosas tan…tontas y burocráticas.
Rodric lo sacaba de
sus casillas. Siempre. Eran amigos desde muy pequeños y siempre tuvo esa manía
de lanzar sus bromas en momentos inoportunos. Lo conoció en Vascard y su
amistad continuó aun cuando Rodric decidió ser parte del ejército del reino. Desde
pequeño Rodric tenía ese capricho de reírse de todo. Al principio le hacía
gracia, pero cuando él se tornaba el centro de las burlas dejaban de gustarle.
Aun así, tener a Rodric como amigo tenía sus ventajas, como subirle el ánimo en
los momentos complicados y relajar un poco las situaciones tensas. Sin embargo,
aquella situación era crítica. Ningún chiste le haría sentirse más calmado.
— ¿Por qué son tan
aburridas estas celebraciones? Yo quiero bailar y comer…
—Rodric…Cállate…Eso
ahora no es importante para mí y tampoco deberían serlo para ti. Faltan una
hora para la solemne ceremonia.
—Y si Thomas nos la
pagará—le respondió.
Por fin algo de
sensatez y apoyo moral.
— ¿No eras tú quien
me decía que no me preocupara? Sabes bien que soy el encargado de todo esto y
el Rey puso en mis manos esta labor. Si no llega soy hombre muerto. Y todo se
derrumba en mí.
— ¿Por qué es tan
importante Thomas en la ceremonia? ¿Qué tanto puede decir?
—Nada. Pero son los
caprichos de Lebreras. Sabes bien que el Rey no tolera que las autoridades
falten a las celebraciones, sería lamentable que el monarca se molestara. Hace
tres semanas le mandé la carta a Ish donde él debía estar, obviamente ya la
recibió.
En esta fecha el
pueblo de Thoren celebraba su aniversario número trescientos y todos estaban
con espíritu de festival y ganas de celebrar un año más. El Monarca, Ignius
Lebleras, le había encomendado a su consejo organizar toda la ceremonia y las
fiestas posteriores, pero casi todo el trabajo lo hacía él. Los demás miembros
eran o muy viejos o muy ineficientes. Era mucha responsabilidad para él solo,
pero Eriol siempre sabía hacerlo bien.
En la actualidad, Rodric
Sarbrigd era el Jefe De Tropas del ejército. Se decía que era el mejor espadachín
de Thoren y la leyenda muchas veces se extendía hasta decir que era el mejor de
Ellegardia, incluso el mejor de Gea. Thomas Tengel era el Comandante General
del ejército, pero se encontraba en una misión encomendada por el mismísimo rey
en las naciones vecinas de Thoren. Los tres se conocían hace mucho tiempo.
Crecieron juntos en Villa Dorada y Vascard, y auqnue ahora se veían menos que
antes, seguían estado cerca pues los 3 trabajaban en la Fortaleza.
Eriol observó su reloj.
La paciencia se agotaba.
—Esto me desespera,
es un desconsiderado, sólo piensa en él. Si no llega…
De pronto una sombra
se adentró en la habitación.
— ¿si no llega quién?
Esa voz la conocían
muy bien y estaban esperando hace mucho tiempo oírla. En el umbral de la casa se
hallaba un hombre vestido a la usanza militar con el uniforme azul, el
protector pectoral y sus medallas. Llevaba dos espadas, una en su espalda muy
grande y otra en su cintura un tanto más pequeña.
— ¡Thomas!, ya era
hora que llegaras nos estabas preocupando—el enojo pareció desaparecer al instante
y le dio un fuerte abrazo a su amigo. —Te extrañaba ¿no te enseñaron a escribir?
¿O sobre la puntualidad?
— ¿No le hagas caso a
este gruñón?—dijo Rodric mientras abrazaba a Thomas— ¿En qué andabas? ¿no sabes
que dejar todo un ejército sin comandante es una falta grave?
—Pero los deje en muy
buenas manos... ¿no? Contigo Rodric. Amigos tal vez no hubiera vuelto si no
trajera tan buenas noticias…para nosotros…ya les contaré…
Por el semblante de Thomas
pasó por un instante un atisbo de misterio. Eriol se preguntó qué sería esa
noticia, pero tenía otras responsabilidades en ese momento.
—Mejor dánoslas
después y vamos a hablar con el rey, en menos de una hora empieza el acto de
celebración del Aniversario Trescientos de Thoren.
—Tú siempre tan
acelerado, les aseguro que mi retraso está más que justificado.
—Está bien, pero por
favor vamos pronto a hablar con el Rey.
Los Tres se
dirigieron rumbo a la Fortaleza. El Rey estaba en la Torre del Palacio, la más
bella y majestuosa del Castillo de Thoren. La fortaleza de la Capital era una
fortificación bastante rudimentaria, pero en los últimos años, la Reina
Cassalea había realizado unas cuantas remodelaciones a la fachada y los
pasillos y corredores principales, así que el Castillo lucia más hermoso que
nunca. La gente venía de todas partes aquel día para agolparse en el Jardín De
Las Aguas, donde se alzaba el Palco Real, desde donde el Rey daba su discurso. Eriol
guió a Thomas por un corredor oscuro ya que las entradas principales estaban
atestadas de fisgones y pordioseros. El salón del trono se encontraba en la
segunda planta al medio del Circulo Solar, donde convergían todos los Pasillos.
El rey los estaba
esperando ansioso. Ignius Lebleras era un monarca bastante peculiar. A sus
sesenta y tantos, gozaba de una salud admirable y una energía vigorosa.
— ¡Qué bueno que
llegaron!... ¡Thomas, mucho gusto de verte nuevamente! ¿Cómo te fue en tu
viaje? Te extrañamos en tu ausencia.
Thomas realizó la
reverencia más pomposa que sabía. Le debía mucho respeto a aquel rey que lo
había nombrado General del Ejército.
—Excelentemente
señor, visité la mayoría de los países vecinos. Es muy importante saber que hay
paz entre nosotros y debe saber que el rey de Ish me recibió de la mejor forma
posible en mi estadía, y dijo que enviaría un embajador aquí también…y dejó
abierta la posibilidad del tratado de armas.
Ignius detestaba los
asuntos políticos. Eriol lo sabía bien. Por eso siempre enviaba a diferentes
Autoridades del Reino a otros países para hablar de esos temas y él se quedaba
en su palacio divirtiéndose. Aun así, se preocupaba de los problemas de su
reino. De eso nadie podía quejarse.
—Que bien—dijo el Rey
con una perfecta sonrisa—pero hay algo que me tiene nervioso. Eriol, ¿Cuánto
falta?
—Solo que usted nos
acompañe, Su Majestad. Ya está todo listo.
El rey se incorporó
rápidamente con un semblante de felicidad que le bordeaba el rostro.
— ¡Qué bien!, es hora
de celebrar y bailar toda la noche—el monarca calló al ver la cara que pusieron
los tres el oírlo. — ¡Pero jóvenes, hoy Thoren cumple trescientos años! Un
número que no se cumple todos los días. ¡Cassalea! ¡Cassalea!—llamó a gritos el
Rey— ¿Dónde estás? No me digas que no quieres celebrar conmigo. ¿No puede un
monarca querer bailar para celebrar los trescientos años de este reino?
Eriol reflexionó en
eso último. Trescientos años habían pasado desde que en el confín más alejado
de Ellegardia habían llegado unos hombres de Amedrialth escapando de la guerra contra
Darkegrim y habían formado el reino de Thoren. Habían elegido aquella tierra
por ser la más lejana a todos los reinos que luchaban por ganar esa batalla.
Además contaban con la impenetrable cadena montañosa de las Montañas Fantasmas que
los protegía. Eran en cierto modo el reino de los cobardes. Un reino que hoy
cumplía trescientos años. ¿Seguían siendo los mismos cobardes del pasado?
Esa
noche se ovacionó el tricentenario del Reino de Thoren. Thomas, el Comandante
del ejército dio un maravilloso discurso que la gente ovacionó gratamente. Momentos
como aquellos unían al pueblo y les daban motivos de felicidad a las personas,
ajenas a todo lo que ocurría fuera de su reino. Eriol sabía que más allá de las
montañas y más allá del mar existían muchos reinos maravillosos. Cuanto daría
por conocerlos aunque fuera solo una vez.
Era su turno y el estómago
se le apretó. El corazón se aceleró y la respiración se entrecortó. Su mente
era una mezcla de ideas. Amaba Thoren, pero en ese momento quiso estar en
cualquier otro reino del mundo. ¿Qué podía decir? ¿Qué palabras podrían
expresar lo que verdaderamente pasaba por su cabeza?
Cada paso que lo
acercaba al palco detenían más el tiempo. Observó a todas las personas, al
pueblo de Thoren. Reconocía algunos rostros, pero la mayoría le eran
desconocidos. Por primera vez se preguntó si conocía a la gente para la que
trabajaba. El cansancio parecía ganarle, tanto esfuerzo para que otros pudieran
disfrutar de una noche de comida y bailes lo hizo parecer insignificante. ¿Le
agradecerían acaso todo lo que había hecho? Y sin embargo aquel no era el
problema principal. No podía dar un discurso de celebración porque su corazón aún
estaba muerto desde lo ocurrido hacía 2 años. ¿Qué hacía allí? ¿Fingir que todo
estaba bien y feliz por Thoren? Ninguno de los presentes compartía su dolor.
De pie en el palco,
observando los rostros alegres y las sonrisas de cada asistente, no pudo dejar
de sentir repugnante aquella falsedad.
—Gente de Thoren.
Como miembro del consejo del rey debo dirigirles algunas palabras. Créanme, no
les quitaré mucho tiempo. He vivido en Thoren toda mi vida, he crecido en la
Fortaleza, he dedicado mi vida al servicio de este reino. La piedra que todos
pisamos ya tiene trescientos años desde que hombres esforzados construyeran lo
que vemos para guarecerse del enemigo. Y la verdad…solo ese esfuerzo es lo que
valoro de ellos. Mientras se cobijaban en murallas impenetrables, sus hermanos
daban su vida luchando por un mundo mejor. Los primeros Thorinos se
escondieron, decidieron dejar que su cobardía fuera la muerte de los demás. Y
nosotros somos sus descendientes. Todos hemos sido cobardes en alguna ocasión.
Yo lo fui…y perdí lo que más me importaba. Espero que ustedes sean capaces de
mostrar más valentía. Gracias.
El silencio perduró
varios minutos. Luego fue interrumpido por los tambores que anunciaban la
fiesta. La gente se dispersó intentando olvidar lo escuchado.
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